Una ventana al mundo: ¿qué enseña el cine al psicoanálisis?

Una ventana al mundo: ¿qué enseña el cine al psicoanálisis?

Cada columna de Carlos Gustavo Motta en MDZ tiene la particularidad de unir el cine con la psicología y en este capítulo lo cumple una vez más.

Desde la invención del cine, los hermanos Lumiere se vieron tentados de llevar a la pantalla, historias que podían contarse a través de las imágenes: desde las actividades cotidianas (como el célebre cortometraje que presentaron el 28 de diciembre de 1895 en París –La llegada de un tren a la estación de La Ciotat) hasta documentos de carácter político, convirtiéndose en artífices de lo que ellos mismos atribuían de su invención: “una ventana abierta al mundo”. Esta ventana abierta al mundo se industrializó de tal forma que provocó uno de los emprendimientos más notables del siglo XX. El cine provocó un antes y un después en la sociedad toda.

Su importancia se consolidó en los avances técnicos donde la ilusión del movimiento dio paso a la realización de efectos especiales y lugar al simulacro de diferentes realidades actuadas. Los géneros dramáticos dieron paso a las comedias, al cine de acción bélica, animaciones, entre otros, sumados a los avances de los diferentes formatos que superaron a los 16 mm del celuloide original. De un entretenimiento pasó a convertirse en una de las principales industrias de varios países del mundo.

De este modo, el cine con carácter documental, se constituyó en herramienta que muestra los trayectos del Yo plasmados en diversas realidades que permiten al realizador relatar en imágenes aquello que ha investigado generalmente en función de un autorretrato. Acentúo el uso de la imagen en relación a la práctica psicoanalítica: ese detalle que nos permite a nosotros analistas, destacar la vida cotidiana y utilizar los artilugios del cine con nuestras propias herramientas sin confundirlas en interpretaciones que pueden alimentar la dimensión imaginaria de una viñeta clínica.

Los géneros dramáticos dieron paso a las comedias. Foto: CGM.

Es una gran tentación encontrar en las películas aquellas situaciones que tienen semejanza con historias personales de nuestros analizantes y llegar a confundir el carácter polisémico que una imagen posee ajustándola así a referencias clínicas que desembocan a resultados alejados de todo contexto, tanto del cinematográfico como el psicoanalítico en cuestión. Qué puede enseñar el Cine al Psicoanálisis? El interrogante puede formularse a la inversa. Psicoanálisis y cine se encuentran emparentados casi por el mismo año de su creación y por el desarrollo que han tenido a lo largo del siglo XX comentado precedentemente.

Desde Cristian Metz a Slavov Zizek hasta los diferentes psicoanalistas tanto del Campo Freudiano como por fuera de él, las instituciones analíticas se debaten en este interrogante que aporta, por un lado, un acercamiento de jóvenes psicólogos que se autorizan e interpretan todo cuanto está en la pantalla sin tener en cuenta que para que pueda desplegarse el interrogante sobre que nos enseña el séptimo arte, se puede revelar que los conceptos cinematográficos están construidos en base a teorías muy específicas. Existen herramientas precisas para hablar de psicoanálisis, del mismo modo que la cinematografía que no es sólo una industria del engaño.

A modo de antecedente el primer film que trata sobre un tratamiento psicoanalítico es El misterio de un alma, (1926) dirigida por Georges Wilheim Pabst, pionero del expresionismo alemán. La película cuyo título original es Geheimnisse einer Seele, trata de un caso psicológico. Vendrán otras películas, muchas, donde los protagonistas padecen estados psíquicos alterados. El Gabinete del Dr. Caligari (1919) dirigida por Robert Wiene, resulta piedra angular del cine alemán nacido en los años veinte del siglo pasado vinculado al movimiento expresionista. Con guion de Hans Janowitz y Carl Mayer, el protagonista del relato, Francis, narra la historia del siniestro Dr. Caligari quien en realidad es el director de un manicomio.

El argumento vira con sucesivos cambios para dar cuenta de un relato dentro de otro relato. Especie de cajas chinas que el Séptimo arte utiliza a menudo y que hemos visto en historias contemporáneas como “El club de la pelea” o “American Psycho”. Pero la locura no sólo se muestra en el cine tras los desvaríos de la mente como puede pasar en otro filme icónico “El vampiro de Düsseldorf / M” (1931) de Fritz Lang sino en “El triunfo de la voluntad” (1934) de Leni Riefenstahl donde se hace manifiesto un documental celebrativo del sexto Congreso del Partido Nazi que tuvo lugar en 1934 en Nuremberg. El título pensado por el mismísimo Hitler, intentaba mostrar la astucia y el entusiasmo de un régimen fundamentalmente criminal.

Es el filósofo Gilles Deleuze uno de los que han investigado y formalizado metodológicamente lo que se encuentra alrededor de la imagen. El cine como objeto de pensamiento puede partir desde Platón con el mito de la caverna hasta los diferentes criterios relacionados con el objeto de percepción que resulta independiente de la percepción en sí, pero paradójicamente puede ser captado por ella. Para Deleuze si hay una imagen mental será una imagen de una relación o de varias relaciones, una imagen que toma por objeto la relación en tanto vale por sí misma. El estudio que realiza no es una historia del cine, sino un ensayo de clasificación de imágenes y de los signos tal como aparecen en el cine.

El Mac Guffin a partir de Hitchcock funciona como una pieza de relojería. Foto: CGM.

Se considera un primer tipo de imagen, la imagen-movimiento con sus variedades principales, imagen-percepción, imagen afección, imagen-acción y los signos no lingüísticos que las caracterizan. Para Deleuze son los grandes realizadores en el cine, quienes inventan y componen. Cada uno a su modo piensa en imágenes y signos. No son comparables a los pintores, arquitectos o músicos sino también con los pensadores. Ellos demuestran con sus pensamientos el modo de operar sobre la imagen-movimiento
interrelacionada con la imagen-tiempo intentando producir una obra.

Psicosis de Alfred Hitchcock no sólo es estudiada por su virtuosismo técnico y por su rica imaginería temática, sino porque constituye un ominoso y brillante estudio sobre la locura. Aquí, la comunicación no verbal (al igual que otro de sus films La ventana indiscreta) no produce ninguna pérdida de comprensión o de implicación en la trama. Hitchcock acuñó una expresión, Mac Guffin. Es un pretexto que guía la acción; una información que parece importante pero insignificante a la vez. Porque no se dan detalles de ella. Designa una excusa argumental que motiva a los personajes y al desarrollo de la una historia, pero que al mismo tiempo carece de relevancia por sí misma.

En Psicosis la huida de su protagonista hace que el espectador se encuentre en constante tensión. El Mac Guffin no es un objeto sino un concepto que opera como catalizador para que una historia avance al igual que la estupenda Ciudadano Kane donde el significante Rosebud cobra una verdadera significación al final del film. El Mac Guffin a partir de Hitchcock funciona como una pieza de relojería, o acaso la estupenda película de Martino Zaidelis, La extorsión, interpretada por Guillermo Francella y un gran elenco, la valija en cuestión (no quiero hacer spoiler) no se trata de esto?

Psicoanálisis y cine tiene mucho para decirse. Es que la palabra-imagen en acto, provoca intensas significaciones que nos permite construir la subjetividad en una época donde el malestar muestra la incomodidad cotidiana. Invitamos de este modo a los lectores de MDZ al ciclo de Psicoanálisis y Cine (que cumple 20 años) en el Auditorio de la Escuela de la Orientación Lacaniana los días 28 de abril; 5 de mayo; 9 de junio; 23 de junio y 14 de julio del 2023 siempre a las 20 hs, en Ancón 5201. Entrada Libre y Gratuita.

*Carlos Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.
Publicado en mdz

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