No hay salud plena sin salud mental

No hay salud plena sin salud mental

Cuando hablamos de la salud mental estamos en presencia de un concepto complejo, que abarca varias áreas de nuestra vida cotidiana y de nuestro cuerpo, así como el bienestar y equilibrio que debe tener una persona en su aspecto psíquico, emocional y social.

A lo largo del siglo XIX la actitud hacia los trastornos mentales cambió a medida que se fue sabiendo más sobre sus causas físicas y psicológicas. Neurología y psiquiatría fueron consolidándose como ramas de la Medicina y comenzaron a ser frecuentes los tratamientos psicológicos. En el presente, más de trescientas escuelas de la psicología permiten darle la palabra a los afectados. Algunas con mejores resultados que otras. Del 13 al 17 de septiembre se realiza el Congreso de la Asociación Argentina de Salud Mental en la ciudad de Buenos Aires, en donde todas las orientaciones se reúnen para dar cuenta de sus investigaciones, evento que se repite de modo ininterrumpido desde hace 16 años.

El título elegido por el Congreso es “La subjetivación y sus entramados. Clínica, política y derechos”. Temática que provoca resonancia en relación a los diversos abordajes. No hay salud sin salud mental. Así fue como los trastornos mentales se consideraban incurables durante gran parte de la historia. Las teorías versaban desde anomalías congénitas hasta desequilibrio interno de los humores. Tener a un familiar con esta problemática era considerado estigmatizante y en algunas partes del mundo el prejuicio lo consolida como variable presente. Recién a principios del siglo XX aparece la idea que los trastornos mentales podían tener una causa psicológica.

Varios neurólogos europeos son los que impulsaron este paradigma: el francés Jean-Martin Charcot, el austríaco Josef Breuer y por supuesto Sigmund Freud. Este último, a partir del concepto de lo inconsciente, desarrolla una técnica revolucionaria: el psicoanálisis. Y a partir de este momento, en relación a los trastornos mentales, nada será lo mismo a pesar que en la década de 1950, algunos científicos comenzaron a cuestionar la validez del psicoanálisis, su eficacia era innegable. No era sólo “una conversación natural” ni una terapia confesional, sino eficazmente encontraba soluciones a los padecimientos subjetivos. Otro psiquiatra francés, Jacques Lacan, retornaba a Freud a través de su axioma fundamental: “Lo inconsciente se encuentra estructurado como un lenguajes”.

Los trastornos mentales se consideraban incurables durante gran parte de la historia.

Luego se desarrollaron distintos tipos de terapias de desarrollo cognitivo y conductual que acabaron unirse en las terapias cognitivo-conductual (TCC) desarrollada por el psicoanalista estadounidense Aaron Beck que de acuerdo a sus investigaciones, los pacientes aprenden a identificar y entender patrones de pensamiento desadaptativos y a encontrar estrategias para modificar cómo reaccionan ante ellos. Recientemente, el movimiento de la psicología positiva, desplazó la atención de la enfermedad mental a la salud mental. La misma aspira a encontrar un método científico en las aplicaciones de la clínica psicoterapéutica. Se aspira a una teoría del bienestar donde se estudian las emociones positivas como la curiosidad, el asombro o el agradecimiento y fortalezas como el optimismo, la creatividad, la gratitud, la sabiduría o la resiliencia.

Algo queda claro: frente a los acontecimientos del siglo XXI, poner en juego la palabra en un sentido terapéutico, es involucrarse con el otro semejante y continuamos afirmando que la peor terapia es aquella que no se hace. La que no se lleva a cabo. La que se resiste cada día en ese encierro psíquico donde la dictadura de la razón reina e impera. La conciencia o el Yo resiste cada día al encuentro terapéutico, ese que no cura pero que le permite elaborar lo malsano. Al ojo clínico del médico, se sumó la escucha analítica: mirada y voz es la combinatoria ideal profesional para sentirnos contenidos cuando todos, tarde o temprano, nos convertimos (como dice nuestro amigo Gabriel Rolón) en “padecientes”, momento allí que la fragilidad nos atraviesa y necesitamos más que nunca, ser alojados.

*Carlos Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.
Publicado en mdz

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