Lo irrepresentable y la naturalización del terrorismo

Lo irrepresentable y la naturalización del terrorismo

El sábado pasado, bien temprano, cuando era probable que muchos israelíes estuvieran durmiendo, se escucharon sirenas hasta el área de Tel Aviv, al este de Beer Sheba y muchos otros lugares.

El horror. El espanto. Nuevamente. Un ataque terrorista que vuelve a quebrar la humanidad. Imágenes que, por un lado, parecen conocidas, pero que de ningún modo podemos naturalizar. Otra vez la violencia. Otra vez la guerra. Un hecho irrepresentable impide ver nada de su núcleo mismo. El filósofo y matemático austríaco, Ludwig Wittgenstein habló de lo inexpresable y nos señala que un acontecimiento de alto impacto, no puede ser figurado ni dicho. Mostrar y decir. Lo que no se puede ver ni decir apunta a lo imposible de soportar. Mirar el acontecimiento a la cara de aquello que ningún ser vivo ha visto. 

No es posible pensar un acontecimiento traumático como separado de lo real como falta, siendo dicho encuentro, con el que va a determinar su carácter de inasimilable, aquello que no se puede metabolizar, que resulta imposible metaforizar y genera angustia en el sujeto. Es desde su posición ética que podrían obtenerse las coordenadas para su elaboración sin desenquistar el trauma sino aceptando su naturaleza imposible de eliminar.

Nada de un horror vivido por la humanidad puede decirse como cualquier otro acontecimiento. Hay demasiadas víctimas que claman desde la ausencia, desde el vacío y lo que se escapa también permanece historizable. Este espanto, este crimen que no paga, intenta arrancarse de los relatos de la historia quebrando una y mil veces la memoria que intenta erradicar, desalojar a toda costa, lo que resulta displacentero para la humanidad toda. Pero, en este mecanismo de represión social, su retorno se encuentra asegurado con el malogrado sentido de la repetición.

Nada de un horror vivido por la humanidad puede decirse como cualquier otro acontecimiento.

En 1932, Einstein se dirigió por carta a Freud a quien ya conocía. Freud responde con su artículo ¿Por qué la guerra? texto que prolongaba su ensayo El malestar en la cultura. El corpus principal era contra los amos que querían convertirse en dictadores con una frase contundente: todo lo que promueve la cultura contribuye al debilitamiento del instinto bélico. El psicoanálisis ha sido (y es) el vector de una representación del mundo, un proyecto sobre la relación política de los seres humanos y un pensamiento
antropológico fundado en la renuncia al asesinato y en la instauración de un Estado de derecho.

Freud planteaba una defensa incondicional de los progresos técnicos y científicos del siglo XX y afirmaba además que como el hombre es un lobo para el hombre, para romper con su autodestrucción primaria no hay otro recurso que vivir con sus semejantes. De tal modo, fundaba toda relación social e la existencia de la familia (célula germinal de ls sociedad) por un lado y el lenguaje por el otro y lo señalaba con la siguiente expresión: “El primero que en vez de arrojar una flecha al enemigo le lanzó un insulto fue el fundador de a civilización”. De este modo, Freud parodiaba sin decirlo, la célebre frase de Rousseau sobre el origen de la desigualdad.

Convencido que las fuerzas pulsionales son siempre poderosas y mucho más que los intereses racionales, Freud sostenía que ninguna sociedad puede construirse en la renuncia a la agresividad, el conflicto y la autoafirmación. Pero no por eso dejaba de sostener que el lenguaje, la palabra y la ley eran las únicas tres maneras de pasar del estado de naturaleza al estado de cultura. Un domo antimisil; aplicaciones en el celular que advierte los ataques aéreos; inteligencia artificial aplicada; drones sobrevolando; si no hay televisión, conductores radiales que actúan en defensa civil orientan en toda esa guerra de carácter digital, una locura imposible de negar. Imágenes que denuncian destrucción de un lado y del otro. Planos que nos angustian a una sociedad, la nuestra, con la incertidumbre económica actual.

Es que la cultura sólo es un remedio a la infelicidad, en la medida en que también crea una infelicidad: la pérdida de las ilusiones, la repetición. La pulsión de vida sólo es concebible porque provoca una tensión con la pulsión de muerte y se articula con la repetición, la figura del destino y la necesidad de vivir juntos y en paz, que no llega nunca o al menos, sólo se expresa en instantes.

*Carlos Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.
Publicado en mdz

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