Falsas creencias: mitos y leyendas populares

Falsas creencias: mitos y leyendas populares

Desde que éramos chicos siempre hemos escuchado historias, que el hombre de la bolsa, que el gato negro, que ni te atrevas a pasar por debajo de una escalera. En su columna de fin de semana, Carlos Gustavo Motta, analiza este tipo de creencias en MDZ.

La certeza que el fin del mundo ocurriría en 1990 ubica a unos niños en un refugio subterráneo construido en una iglesia. Ese momento es un disparador de múltiples recuerdos temporales en el que todos los protagonistas se preparan para el apocalipsis. De reciente aparición, Peter Rock escribe El ciclo del refugio (2023, Ediciones Godot) y nos vuelve a sorprender como lo hizo con Mi abandono (2009) o Klickitat (2021) publicadas por la misma prestigiosa editorial. Las falsas creencias tienen un carácter universal y generalmente crean angustias injustificadas. Por ejemplo se dice que la lluvia en la cabeza descubierta o el rocío en los pies de los niños, provocan resfríos hasta neumonía. 

En la realidad, la neumonía y los resfríos son causados por bacterias o virus que atacan al sistema respiratorio. Es cierto que una súbita caída de la temperatura ambiental puede reducir la resistencia orgánica y facilitar de ese modo el proceso temido. Lo mismo ocurre con la ficción en el transcurso del amamantamiento. Las mamás no deben comer pequeñas semillas porque los bebés pueden ahogarse con ellas. Esto es imposible porque los alimentos ingeridos son completamente disueltos antes de entrar en la sangre y como es natural en la leche.

Capítulo aparte de todos estos mitos los tienen quienes conviven con un padecimiento mental y que han sido objetos de creencias provocadas por el miedo y la ignorancia. En muchos países hay personas que aún piensan que ellos son víctimas de hechicerías o que se encuentran poseídos por el demonio. La caza de brujas desapareció después de 1700 y la idea de que los malos espíritus se apoderaban de quienes padecían una enfermedad mental continuó siendo aceptada por muchas personas. Sin embargo, en la época actual existe un miedo irracional por aquello que tenga que ver con un disturbio psíquico.

Las creencias y leyendas sobre los problemas de la vida humana hallan gran difusión entre grupos de un nivel cultural limitado.

Y aún peor que eso, se cree que son totalmente “incurables” lo que en realidad provoca un verdadero obstáculo en la dirección de un tratamiento posible. Difundidas por el lenguaje, las creencias y leyendas sobre los problemas de la vida humana hallan gran difusión entre grupos de un nivel cultural limitado. Los miedos se traspolan en “chismes”, rumores marcados que construyen mitos en relación a tabúes en relación a la locura, el sexo, la gravidez, la lactancia, etc.

Para evitar la mala suerte, no se debe pasar por debajo de escaleras, abrir el paraguas dentro de la casa ni dejar que gatos negros se crucen en nuestro camino. Son supersticiones populares difundidas en todo Occidente. Algunas de estas creencias tienen un carácter de protección real pero la mayoría resulta inexplicable. Lo interesante es que estas creencias aún subsisten en pleno siglo XX y no sólo en áreas rurales o regiones de cultura poco desarrolladas sino principalmente en grandes centros urbanos, junto a las más avanzadas instituciones científicas que hoy cuenta la humanidad.

La educación sanitaria es deficiente y es la principal responsable del hecho que muchas personas no conozcan nada en absoluto sobre el organismo humano y sus perturbaciones. Las redes sociales tampoco colaboran en nada porque incluso difunden de modo exponencial aquello que provoca buena o mala suerte si al tocar un elefante en la pantalla del móvil tres veces aparece un corazón con “buena onda”. Del mismo modo la ingenuidad popular ha producido creencias inexactas sobre el cáncer. Recuerden el estupendo ensayo de Susan Sontag “El cáncer y sus metáforas” (lo mismo más tarde escribió “El sida y sus metáforas”). El tema cáncer llega a ser tan temido y emocional que las informaciones resultan inadecuadas.

Pasar por debajo de una escalera.

Michel Foucault lo señala en su ensayo sobre el nacimiento de la clínica: todos son dominios de un espacio quimérico, ficcionales, por el cual se comunican las personas, profesionales o no. Nervios tensos, órganos endurecidos, sangre espesa, hígados como piedra, etc. provocan desde el lenguaje singularidades en cada uno de nosotros y van definiendo poco a poco síntomas subjetivos. En donde no hay una respuesta o una explicación, las mismas se llenan de supersticiones que pueden expresar desde lo popular, una explicación posible frente a lo que no entendemos qué nos está sucediendo.

El mundo de los objetos por conocer se originan en mitos que nos brindan un razonamiento que comprendemos de forma rudimentaria. Las imágenes del dolor son distribuidas en un nuevo espacio donde se cruzan las miradas que construyen argumentos entre aquello de lo cual se habla y lo que el habla puede decir en determinadas circunstancias.

*Carlos Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.
Publicado en mdz

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