La madurez emocional la poseen aquellas personas que poseen una inteligencia emocional alta. Para adquirirla es necesario llevar a cabo una serie de hábitos y comportamientos para lograrlo. Carlos Gustavo Motta desarrolla en MDZ, este tema.
El concepto de madurez es histórico y cultural: el comportamiento llamado maduro y aplicado al ámbito social resulta contrario en otras sociedades. Por ejemplo, las relaciones poliamorosas son aceptadas en ciertas partes del mundo y absolutamente cuestionadas en otras. Hasta la mitad del siglo pasado (reciente para muchos de nosotros) se aceptaba al castigo corporal como el mejor método para imponer disciplina entre los niños. “Método” condenado en el ámbito de la psicología y psicopedagogía, considerado aberrante por parte de quienes lo “aplican”.
Seleccionar criterios de madurez se vuelve tarea difícil en el siglo XXI donde se caracteriza hasta ahora, por cuestionar patrones normativos generalizados de conducta y en donde la adolescencia se posterga en sus límites, por las rápidas transformaciones sociales producto del desarrollo fabuloso de las redes sociales y a esto sumado a una pandemia del Covid reciente donde aún estamos viendo los efectos provocados.
Según el psicólogo ruso Lev Vygotsky, todas las funciones psicológicas superiores son relaciones sociales interiorizadas. Las habilidades necesarias para razonar, entender y recordar derivan de las experiencias del niño con sus padres, maestros e iguales. Entiende el desarrollo hacia la madurez en tres niveles: cultural, interpersonal e individual. Creía que las experiencias sociales son las más formativas y afirma que nos convertimos en nosotros a través de los otros.
Casos como el del escritor Fedor Dostoievski hacen imposible generalizar sobre la madurez. Sufría de epilepsia, era un ludópata compulsivo sujeto a grandes depresiones. No obstante ello, es considerado un genio de la literatura por los críticos, por historiadores e incluso por Sigmund Freud en su célebre ensayo sobre Dostoievsky y el parricidio. Sus grandes novelas, Crimen y Castigo, El idiota, Los hermanos Karamasov, Noches Blancas por citar algunas, son producto de un artista maduro iluminado por una profunda comprensión de la naturaleza humana.
De acuerdo con el psicoanálisis, la madurez resulta de un proceso continuo provocado por la acción combinada de la herencia y del ambiente. El éxito o fracaso de las experiencia vividas durante la infancia afectan todo el desarrollo y la maduración emocional. Los niños absorben el deber, los valores y el conocimiento técnico que han acumulado las generaciones anteriores a través de la interacción con sus cuidadores y utilizan esas herramientas para aprender a comportarse con eficiencia en el mundo
El hombre es un ser social y por ello logra realizarse como persona cuando se relaciona con sus semejantes. Cualquier definición de salud mental, por lo tanto, incluye la capacidad de mantener relaciones interpersonales de carácter satisfactorio. Para el psicoanálisis, esa capacidad, al igual que la de disfrutar plenamente de un vínculo amoroso, es el criterio adecuado de madurez. Establecer relaciones satisfactorias en la vida adulta implica a cada uno de nosotros que intenta satisfacer la falta en el otro y simultáneamente, sentir sus propias necesidades afectivas satisfechas.
Hablamos además de la comprensión y el respeto de las necesidades de cada uno y la comunicación con el otro. En la relación existente entre dos personas maduras existe una aceptación recíproca de las individualidades del otro lo que presume reconocer y aceptar por igual virtudes y defectos. En un sentido amplio, la madurez debe ser considerada la capacidad de establecer relaciones interpersonales satisfactorias cuando el delicado equilibrio entre la satisfacción de nuestras necesidades y las de los otros exige un comportamiento adulto, una comprensión real y total del mundo y de las personas que en él vive.
*Carlos Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.
Publicado en mdz