Una época sin fiestas: la huida ante el pensar

Una época sin fiestas: la huida ante el pensar

La existencia está absorbida por la actividad: sólo se percibe la vida en términos de rendimiento y se entiende la inactividad como déficit, negación o ausencia de movimiento cuando en realidad podría entenderse como una capacidad de carácter independiente dentro de un proceso creativo.

Sin calma hay barbarie. El callar otorga profundidad al habla. Sin silencio no hay música. La vida comienza cuando nos encontramos con momentos de inactividad. Esos momentos también tienen el nombre de reflexión. El último libro de Byung-Chul Han, “Vida contemplativa” (2023/Editorial Taurus) indaga los beneficios del ocio y propone que la crisis contemporánea se encuentra en las bases de un individualismo a toda prisa con proyectos a los que no se les da tiempo porque deben nacer exitosos de entrada.

En el libro de Guy Debord “La sociedad del espectáculo” se describe al presente como una época sin fiestas y por lo tanto una dificultad en la comunidad toda. La fiesta no permite desarrollar un nosotros y las exigencias del éxito personal sólo se dirigen a un consumo que aleja a las personas entre sí. La realidad de nuestro tiempo se sustituyó por una publicidad del tiempo. Entonces qué fiestas? Y para qué las fiestas? No se señala una fiesta sin ton ni son, ni tampoco una fiesta de carácter militante. Sino aquella donde todos permitan surgir un nosotros puesto en acto. Por ello el autor señala la fiesta en relación a la capacidad de disfrutar con otro y con una finalidad.

Es una libertad del para-algo que confiere a la existencia humana alegría. Es una fiesta, por ejemplo, danzar. Una liberación que apunta a la fantasía y a la creación. No se recibe el bienestar del fuego si no se colocan los codos entre las rodillas y la cabeza entre las manos. Es una posición que parece venir de lejos: el niño cerca del fuego, la toma de modo espontáneo. No por nada esa es la actitud del pensador. La inactividad como reflexión tiene un efecto curativo.

Las exigencias son de tal envergadura que se puede llegar a pensar que el ser humano, en un futuro, quiera deshacerse del dormir puesto que no le parecerá eficiente. En una época donde la falta de respeto es moneda corriente es frecuente la pobreza de pensamiento. Heidegger lo afirmó en Serenidad: “la falta de pensamiento es un huésped inquietante que en el mundo de hoy entra y sale de todas partes”.

Los interrogantes que se formuló Heidegger son ¿qué acontece en esta época? ¿qué es lo que la caracteriza? Se toma noticia de las cosas por el camino más rápido y se olvida en el mismo instante con la misma rapidez. Esta creciente falta de pensamiento reside en una característica de este nuevo flamante siglo: la huida ante el pensar. Respuesta a esta actitud es la Serenidad (Gelassenheit) con las cosas. No se trata de darle sentido, sino de operar un profundo viraje en la relación del sujeto con su discurso.

La serenidad no promete un mundo nuevo y puede transformarse en la defensa de distintos hechizos que fascinan al sujeto. Que lo deslumbran y al mismo tiempo lo enceguecen, de tal manera, que su pensamiento se transforme en lo único válido para alejarse de la consistencia de lo imaginario. Dimensión propia que arroja del sujeto lo que tiene de más propio, su capacidad de reflexión. Esta actitud permitiría suponer que existan nuevos fundamentos mejor construidos.

Otra cuestión a pensar es que “las fiestas” podemos sustituirlas por métodos más toscos: los influjos químicos llamado intoxicación. Es muy de lamentar, según Freud, que estos aspectos tóxicos intentan conseguir la felicidad y el alejamiento de las miserias subjetivas con una ganancia supuesta e inmediata de placer pero con una gran cuota de dependencia. Es que con estos “quitapenas” (como él denomina), podemos sustraernos de las presiones de lo cotidiano y la persona se refugia en un mundo propio que le ofrece, de modo provisorio, mejores condiciones.

Crearse este mundo artificial transforma de modo delirante la realidad. El trabajo terapeútico nos enseña que son justamente las frustraciones que las personas no toleran. Esa incomodidad es constitutiva del mundo y una solución posible es permitirse el ocio y desde allí construir con otros diferentes proyectos que puedan compartirse, sin olvidar que el amor hacia el otro, se encuentra en primer lugar.

*Carlos Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.
Publicado en mdz

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