La importancia del lenguaje

La importancia del lenguaje

Encontrar un lenguaje perfecto ha sido uno de los objetivos más deseados por los pensadores a lo largo de la historia: una lengua capaz de explicar las sensaciones que el ser humano experimenta.

Un lenguaje perfecto debería ser capaz de relatar imágenes que habitan nuestro pensamiento, los matices de los sabores y olores, el modo en que el sonido de una voz o de una música es capaz de transportarnos a un estado de placer, de nostalgia, de excitación.

Umberto Eco dice que esa lengua perfecta fue la utilizada por Dios cuando habló con Adán: agitó tormentas, sacudió ramas de los árboles, provocó silbidos de viento que daban distintas notas musicales. Es decir, utilizó un lenguaje relacionado directamente con el comportamiento de la naturaleza y el mundo que compartía este lenguaje hasta que, por culpa de la soberbia, se castiga a la humanidad en la Torre de Babel donde comienza a reinar la confusión simultáneamente donde los hombres estaban construyendo una obra de arquitectura monumental que llegara al Cielo. En consecuencia, por ese acto de soberbia, Dios fragmenta aquel idioma universal y lleva a los seres humanos a no entenderse.

Frente a un desarrollo de la sociedad, ante un imparable nivel tecnológico, se produce una descompensación y olvido de otras áreas como la comunicación genuina entre las personas. El episodio babélico es un recuerdo contra ese olvido. La necesidad de continuar expresando la vivencia del mundo es lo que ha hecho que los seres humanos lleven la lengua más allá de su utilización como mero instrumento de intercambio.

Las disciplinas interesadas en el cambio personal han estudiado la fuerza con la que la persona se aferra al comportamiento que le genera problemas y que incluso desea cambiar. La relación amor-odio que el paciente establece con su analista se basa en esta percepción. De acuerdo con la interpretación de Sigmund Freud, el psicoanalista supone cierta amenaza para los sistemas defensivos del analizado. Para una terapia estratégica, cualquier malestar de carácter psicológico se alimenta del conjunto de intentos fallidos que se han realizado para solucionarlo.

Tres modos de lenguaje son los más efectivos:

  1. el arte de preguntar
  2. la metáfora terapéutica
  3. la adecuación de un punto de vista con la realidad de un hecho o una circunstancia en particular.

Estos tres niveles acceden a la estructura profunda de las personas y a sus experiencias subjetivas con la realidad exterior. Lo esencial es que el sujeto provoque nuevas transformaciones que expresen mejor su experiencia de referencia.

Pero la contemporaneidad señala como avance la comunicación virtual que con motivo de la pandemia profundizó la “comunicación” hacia un sentido posible de encuentro a pesar de la dificultad que el virus presenta. Un nuevo lenguaje se ha generado por el uso de las redes. Afloraron tecnopatías y también términos como phubbing, vamping y nomofobia que remiten al impacto del uso descomunal de la tecnología en relación a la cuál ya nos habíamos acostumbrado a palabras como followers, haters, stockear, catfish, entre otros. No se trata de explicar cada uno de los términos sino de conocerlos, saber que habitan nuestra lengua y en el día a día.

La transformación digital tiene un enorme impacto sobre la vida cotidiana de las personas y por consiguiente, sobre la sociedad. La comunicación ente las personas ha tenido un giro de 180 grados y las nuevas formas de relacionarnos ya son posibles y efectivas. El parate obligado de la pandemia provocó que el proceso natural de adopción de nuevas tecnologías se acelerara y lo que pudo haber tomado años para implementarse se realizó, en la mayoría de los casos, en días.

Este aparente progreso, sin embargo, no es tal. Si bien las formas de estas cuestiones planteadas, son apariencias de prosperidad, el horizonte de una guerra mundial empaña la ilusión que todo puede mejorar. El lenguaje evoluciona e incorpora nuevos modos de comunicación pero los hombres continúan habitando la Babel del malestar de la cultura donde no hay Dios que castiga sino el hombre mismo hacia sus pares.

La frase de Hobbes cobra nuevamente actualidad: el hombre es el lobo del hombre y como tal siempre parece arruinar el posible contrato social donde los habitantes de este planeta, el único que tenemos, nuestra casa maravillosa, siempre parece encontrarse en riesgo. El hablar, el encontrarse con el otro a pesar de las incorporaciones de términos que alimentan a una lengua, será la base para llegar a un acuerdo posible. Esperemos que eso suceda.

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