“La cacería”

“La cacería”

Clase impartida en el Departamento de Psiquiatría de la Escuela de la Orientación Lacaniana / 11-05-15.

Si hay algo que no se le puede cuestionar a La cacería, el film del danés Thomas Vinterberg (realizador asociado al movimiento Dogma 95) es el trabajo de su protagonista, Mads Mikkelsen. Es quien carga casi con todo el peso de la película, asumiendo un personaje sumamente difícil, una figura que nunca llega a ser trágica, pero que lleva sobre sus hombros el que quizás sea uno de los motores más viejos y potentes del repertorio dramático: la injusticia.

Hombre tímido, amable, reservado, Lucas (y su nombre no parece haber sido elegido al azar) es el único maestro hombre de un pequeño jardín de infantes de una localidad danesa de provincia. Vuelve a su tierra de origen desde otra ciudad, dejando atrás lo que se intuye un doloroso divorcio (donde está en juego la custodia de su hijo), pero no tarda en ganarse el aprecio y el respeto de la comunidad. Nadie es querido por los niños en ese kindergarten como él.

Hasta que el diablo mete la cola…

Basta un equívoco entre él y una niña, una palabra de más, una fantasía o una tergiversación de la realidad para que el mundo se le caiga encima a Lucas, de un sólo golpe. El acontecimiento imprevisto se hace presente. Sin otra prueba que la ambigua declaración de la nena, la palabra “pedófilo” comienza a correr como un reguero de pólvora por todas y cada una de las casas de ese pueblito paradisíaco, que no tarda en convertirse en un infierno sobre la Tierra. Y Lucas –el mismo nombre del apóstol asociado con la idea del sacrificio y con la figura del ternero– se convierte en el blanco móvil de esa cacería de la que habla el título del film.

Un poco a la manera de la tensión creciente que iba construyendo en La celebración (1998), que sigue siendo su película más recordada, Vinterberg va presionando cada vez más no sólo a su personaje sino también al espectador, en la medida en que el espectador es en La cacería su único aliado, el único que sabe de su inocencia. Del otro lado está tanto la rápida, casi automática censura de las instituciones como la condena ciega de todos los padres y un sector de otros espectadores que dudan de la inocencia de Lucas, producto de un guión impecable, pieza de relojería de todo gran film.

La espiral de violencia irá creciendo alrededor de Lucas, que se resiste a irse del pueblo, porque significaría admitir la culpabilidad de un acto del que él se sabe inocente.

Desde su lanzamiento en Cannes, mucho se ha repetido desde la crítica cinematográfica comparando La cacería y El hombre equivocado (1956), uno de los films más oscuros y complejos de Alfred Hitchcock. Pero más allá de que las comparaciones siempre son odiosas (y particularmente pienso exageradas), el tema del falso culpable siempre asumió en Hitchcock dimensiones casi metafísicas. Por el contrario, en la película de Vinterberg, a pesar de sus citas bíblicas (La cacería tiene incluso su escena culminante en una iglesia) parece primar en cambio la preocupación estrictamente social, el cuestionamiento a una sociedad siempre bien dispuesta a vigilar y castigar, a unas familias en apariencia modelo pero capaces de convertirse en una turba ávida de violencia y linchamientos, simbólicos e incluso literales.

En una entrevista le preguntaron a Vinterberg acerca de la composición del personaje de Lucas, la aparente tranquilidad que tiene frente a la acusación y sobre la mortificación personal de la injusticia que acarrea sobre sus hombros. Para el realizador, Lucas es la única persona que mantiene una conducta ética frente a lo moralizante de la acusación social. Recuerda un episodio que el mismo sufrió a los cinco años de esta manera:

” …provengo de una familia humilde y siempre utilizábamos el transporte público. Una ocasión lo habíamos tomado mi hermana y yo con mi padre. Recuerdo que mi hermana estaba sentada en aquél bus cuando un hombre muy corpulento sube al transporte y se dirige a mi hermana diciéndole que se mueva, que deje libre ese asiento. Mi padre nunca fue peleador y siempre lo consideré como una persona muy componedora (y uno de mis mayores críticos sobre mis películas). Yo nunca entendí ese episodio y cuando pude sentarme justo detrás de ese señor sentí que debía intervenir y enojado como estaba golpeé sus hombros diciéndole en su cara Ud es un estúpido! El señor se dio vuelta y me empujó y derribó al piso de un puñetazo. Medio desmayado y medio despierto tomé conciencia que la policía intervino mientras veía como en cámara lenta mi padre se trenzaba en una pelea, agarrados ambos como en una extraña danza y mi hermana alrededor de ellos buscando los anteojos de mi padre que se habían caído al piso”…”creo que esa sensación de injusticia, de bronca creciente, resonó todo el tiempo como un eco cuando construía el personaje de Lucas” afirma Vinterberg y agrega: “Siento que hay una disminución de la inocencia en el mundo. Crecí en los 70 y siempre pensé en mi infancia que la gente era buena. El mundo hoy cambió y sabemos que los abusos infantiles suceden”.

Sobre el abuso infantil existe un extenso recorrido psiquiátrico que parte de autores clásicos entre otros, como Ajuriaguera quien afirma que los niños víctimas del abuso buscan o permiten una conducta afectuosa por parte de sus “ofensores” y no perciben la “ofensa” en un principio como traumática. El mayor traumatismo potencial es con mucho el hecho de la sociedad, de sus instituciones y de los padres del niño que utilizan el niño-víctima para demandar al “ofensor” delante de los tribunales.

Generalmente las demandas agravan el problema bajo un circuito judicial donde el juez termina liberando al ofensor. Comentario al margen, un film argentino estrenado en 2014 “María y el araña” de María Victoria Menis retrató magistralmente el abuso de una niña cuya vivienda se encuentra en la Villa Rodrigo Bueno, cerca de Puerto Madero. Y lo menciono puesto que el 26 de junio en la Noche Abierta de la EOL y en la 12 Temporada de Psicoanálisis y Cine invitaremos a la directora y al guionista, Alejandro Fernández Murray para que comenten el film luego de la proyección.

La información recopilada de distintos países de la región de América Latina y el Caribe muestra que entre el 70% y el 80% de las víctimas de abuso sexual son niñas, que en la mitad de los casos los agresores viven con las víctimas y en tres cuartas partes son familiares directos. Cuando el abusador tiene las llaves de casa, la sociedad no puede permanecer indiferente.

En La cacería la humillación a quien es inocente resulta perturbadora y Lucas está en la mira siempre, aún se demuestre su inocencia. El film exhibe a una niña que acusa pero, si no es Lucas, quién es? Existe una línea discursiva en el film que apunta la duda al padre de la niña y en este caso se ajusta a las estadísticas que el DSM indica, que el 75% de los casos que se tiene conocimiento son incestos entre padre e hija. Esta línea discursiva se desdibuja poco a poco.

Lucas inicia una relación con una mujer y ello parece provocar los celos de la niña, quien lo acusa falsamente de abuso sexual. El comportamiento de la nena es menos que verosímil. Ante los casos de abuso infantil, las víctimas, casi invariablemente, reaccionan con culpa y ocultamiento hasta que pueden abrirse y contar su drama. La niña, en cambio, actúa como una adulta perversa, consciente de la enorme capacidad destructiva de su mentira. Cuando esta se expande como una bola de nieve escandinava, retrocede y confiesa su mentira. Nadie la escucha, tampoco nadie investiga según el protocolo universal de estos casos. Nada de Cámara Gesell, ni médicos ni psicólogos, ni policía ni jueces.

Por elipsis todo se aclara. Todos juntos nuevamente y una especie de aquí no ha pasado nada.

Pero se agrega una coda, un modo cinematográfico de darle el golpe final al espectador, así como el final de Phoenix de Christian Petzold uno de los más maravillosos de los últimos tiempos en la cinematografía y que también aborda la temática de la mentira. Vinterberg no sustrae, esconde bajo la alfombra sentimientos que no sabe en dónde ubicar. Del país del rencor y el desprecio expresados en golpes y escupitajos en donde ha vivido Lucas durante una temporada infernal, no se vuelve sin heridas. Lucas, ni nadie en su situación, sería capaz de retomar la vida junto a sus amigos como si nada hubiera pasado.

Siguiendo con este epílogo, esa coda en el discurso cinematográfico, nos encontramos en una ceremonia iniciática en la que el hijo de Lucas es recibido en el grupo de hombres mediante la entrega ritual de un fusil, subtrama que parece retomar la escena inicial de cacería sin que se advierta la relación con la trama principal: hombres armados al mejor estilo Charlton Heston en Bowling for Columbine de Michel Mooore? ¿Pedofilia armada? Quién sabe?.

Después, corte y Lucas cazando otra vez en el bosque; alguien, una figura borrosa, dispara sobre él, falla y desaparece. La mirada temerosa del maestro, una vez más víctima de un ataque, cierra el film.

Otro desconcierto ¿El vengador anónimo? ¿Un fantasma justiciero?

Otra vez, la duda.

Y fantasmas. Expresados en dos relatos que deseo compartir.

Uno es el relato escrito por un noruego llamado Ibsen y que lo recuerda Edgardo Castro, Un enemigo del pueblo a fines del siglo XIX. Obra conocida por Vinterberg donde la violenta reacción de un pueblo ataca al protagonista, el Dr. Stockman cuando éste hace pública la contaminación del agua de la villa turística en donde viven y que de hacerse pública traerá la ruina económica para todos. La humillación de sus habitantes es la respuesta en este relato de avanzada política e ideológica para esa época y un juego de inocentes y culpables.

El otro relato es la historia que nos recuerda el propio Miller, un relato de Saki llamado La ventana abierta y cuyo título Miller lo indica para ilustrar qué ocurre con el fantasma.

—Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel —dijo con mucho aplomo la niña—; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.

Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar.

Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fuera de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.

—Sé lo que ocurrirá —le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural—: te encerrarás ni bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.

Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.

—¿Conoce a muchas personas aquí? —preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.

—Casi nadie —dijo Framton—. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.

Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.

—Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía —prosiguió la aplomada niña.

—Sólo su nombre y su dirección —admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.

—Su gran tragedia ocurrió hace tres años —dijo la niña—; es decir, después de que se fue su hermana.

—¿Su tragedia? —preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar.

—Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre —dijo señalando una gran ventana que daba al jardín.

—Hace bastante calor para esta época del año —dijo Framton— pero ¿qué relación tiene esa ventana con la tragedia?

—Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno donde solían cazar quedaron atrapados en una ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de todo.

A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana.

—Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre “¿Bertie, por qué saltas?”, porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana…

La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.

—Espero que Vera haya sabido entretenerlo —dijo.

—Me ha contado cosas muy interesantes —respondió Framton.

—Espero que no le moleste la ventana abierta —dijo la señora Sappleton con animación—; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el estado en que dejarán mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de ustedes los hombres, ¿no es verdad?

Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible.

Hizo un esfuerzo desesperado, pero sólo a medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario.

—Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos —anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales están ávidas de conocer los más íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio—. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.

—¿No? —dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. Súbitamente su expresión revelaba la atención más viva… pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo.

—¡Por fin llegan! —exclamó—. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad?

Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror.

Presa de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.

En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana; cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz joven y ronca que cantaba: “¿Dime Bertie, por qué saltas?”

Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque inminente.

—Aquí estamos, querida —dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana—: bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos?

—Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel —dijo la señora Sappleton—; no hablaba de otra cosa que de sus enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma.

—Supongo que ha sido a causa del spaniel —dijo tranquilamente la niña—; me contó que los perros le producen horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime.

Las fabulaciones improvisadas o las novelas cortas eran para esta niña su especialidad.

Hasta aquí el relato donde la ventana abierta es el marco a partir del cual cada uno vive un acontecimiento. Esos trozos escogidos por los cuales aquellos acontecimientos tienen sentido para un sujeto y es el fantasma que selecciona esos fragmentos. Al final se puede cerrar una ventana y no arrojarse cuando habíamos contado en este mismo espacio el film de Polansky El inquilino

Cuánta importancia tienen para la historia del psicoanálisis las chiquillas que inventan cuentos! afirma Miller “La cura psicoanalítica” (1982) y agrega la niña es una mentirosa.

Para el cine una película es ante todo una ficción pero de esto podemos hablar en otra ocasión

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