De la violencia al equilibrio

De la violencia al equilibrio

Para tener equilibrio a veces, es necesario perderlo. Es el corpus principal del argumento que narra la historia de El equilibrista, unipersonal del talentoso y polifacético actor argentino Mauricio Dayub y que se puede ver en el Teatro Maipo.

El equilibrista es la historia que cada uno de nosotros puede contar acerca de su vida, si pudiera volver a ser niño. Es un espectáculo creativo que marca la ilusión sin tristeza con euforia y emoción. Mauricio Dayub lo enmarca intentando demostrar que el mundo es de los que se animan a perder el equilibrio pero teniendo una orientación que la misma puesta en escena invita a recorrer.

Dueño de todo el espacio escénico, Dayub presenta una especie de baúl gigante que maneja como un mago y va extrayendo de él, como hábil prestidigitador, elementos que resultan disparadores para el ejercicio de la memoria que señalan un itinerario de vida y en este caso, de sus seres queridos: un padre y una madre, los abuelos extranjeros, el primer amor, la primera desilusión por amor, el tío valiente y un perro que se las trae. Objetos de sus afectos que, por otro lado, pueden ser también compartidos por nosotros mismos.

Este maravilloso viaje introspectivo afirma que recordar no es sólo un ejercicio de la memoria sino una posibilidad individual de no repetir aquello que puede malograrnos. Es servirnos mejor de esos acontecimientos para que no vuelvan a suceder. Todas las críticas coinciden, es un espectáculo imperdible, recomendable y al que no puede dejar de ver y disfrutar al actor andar en patineta, cantar, tocar el acordeón o caminar sobre una soga.

El equilibrio personal es la sumatoria de un esfuerzo y quizás no lo sea por falta de análisis puesto que no todo el mundo tiene la posibilidad de contar con una terapia. Muchos se las arreglan solos, y esos recuerdos se transforman en “sonidos de familia” que obstaculizan nuestro crecimiento cuando sus ecos pueden ensordecernos y perturbar nuestro rumbo cotidiano.

En la psicopatología argentina de la vida cotidiana los hechos de violencia se suceden: peleas como las que ocurrieron en el departamento de Tunuyán, Mendoza, con un grupo de jóvenes que intentaban ingresar a un bar y frente a la negativa inició una pelea brutalel cachetazo que aplicó un funcionario público a una empleada y que nos dolió a todos; estudiantes militantes políticos, alumnos de la Facultad de Periodismo de La Plata, peleándose a golpes de puño y arrojándose entre sí mesas!; el empresario asesinado de un balazo en la localidad de Caseros; la brutal agresión a una inspectora en una fiesta clandestina. Violencia y más violencia, como querer apagar fuego con fuego. La locura nuestra de cada día.

¿Por qué la violencia?, se pregunta Freud en un ensayo estupendo que llama ¿Por qué la guerra? y cuyo interlocutor es el propio Einstein quien en su respuesta habla del desequilibrio reinante entre Eros y Thanatos que provoca tensiones entre la destrucción de la cultura provocando malestar en la humanidad toda. La violencia, para Freud, puede ser mantenida a raya y transformada por la legalidad, por la Ley que garantiza el mantenimiento de una comunidad a través del afecto que existe entre sus miembros. 

Estos estados de violencia ni siquiera forman parte del desequilibrio que habla Mauricio Dayub en el inicio de su unipersonal sino que llegan a la desestimación de la ley no haciendo lugar a la misma. Todo lo contrario, existe un agotamiento o destrucción de lo simbólico a través de un actuar que muchas veces no tiene retorno.

Las manifestaciones de la violencia y de la criminalidad son efecto del debilitamiento de lazos sociales por estados de pobreza, precariedad y marginación social con ausencia absoluta de proyectos de vida o de intentar encontrar, no sin esfuerzo, el equilibrio a partir del desequilibrio reinante.

Es cierto que se puede encontrar el equilibrio si uno lo pierde y orientarnos por el caos que nos provoca pero no por ello alimentar indefinidamente ese ruido que no permite escuchar al otro y lo peor de todos, no escucharse asimismo. La clave será utilizar todos nuestros recursos donde el principal de ellos, el esfuerzo personal,  permitirá comenzar a vivir amablemente con los otros. 

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