Somos todos adictos

Las formas de la identificación varían según las épocas: sus vestimentas adquieren diversas manifestaciones cubriendo el vacío estructural de la falta en ser de relación entre nosotros, los seres humanos. Nuestra época se caracteriza por lazos efímeros, líquidos, que se oponen a las relaciones elementales de parentesco centradas en la figura del padre.

Siguiendo a Ernesto Sinatra, existe en nuestra época el  vértigo de lo efímero, la búsqueda de las soluciones urgentes sin necesidad de esfuerzos prolongados; el predominio de los “fast-food”; los movimientos tendientes a la satisfacción instantánea muestran la tensión que caracteriza la época: todos quienes se alimentan de la pasión por la brevedad, nuevo ideal del mercado del consumo, uno de los nuevos nombres del padre que organiza las identificaciones en la civilización actual.

“La incapacidad de elegir entre atracción y repulsión, entre esperanza y temor, desembocaba en la imposibilidad de actuar. A diferencia de las ratas, los seres humanos que se encuentran en circunstancias semejantes pueden recurrir al auxilio de expertos consultores que ofrecen sus servicios a cambio de honorarios. Lo que esperan escuchar de boca de ellos es cómo lograr la cuadratura del círculo: cómo comerse la torta y conservarla al mismo tiempo, cómo degustar las dulces delicias de las relaciones evitando los bocados más amargos y menos tiernos: cómo lograr que la relación les confiera poder sin que la dependencia los debilite, que los habilite sin condicionarlos, que los haga sentir plenos sin sobrecargarlos…Los expertos están dispuestos a asesorar, seguros de que la demanda de asesoramiento jamás se agotará, ya que no hay consejo posible que pueda hacer que un círculo se vuelva cuadrado…

Sus consejos abundan, aunque con frecuencia apenas logran que las prácticas comunes asciendan al nivel del conocimiento generalizado, y éste a su vez a la categoría de teoría erudita y autorizada.”[2]

Zygmunt Bauman caracteriza con su concepto de amor líquidola tendencia a evitar las relaciones duraderas, reemplazándolas por conexiones de fácil acceso y salida. Con exquisita ironía él identifica a los individuos consumido(re)s del mercado con ratas de laboratorio. Nosotros agregaremos que tales inhibiciones motrices y postergaciones resultan el precio que pagan los individuos por el desconcierto promovido por las relaciones entre pares y en un mundo donde la figura del padre se halla cuestionada.

Mientras Sigmund Freud establecía hace ya casi un siglo que el secreto de lo perecederoconsistía en que confronta a los hablantes con el duelo a realizar por el objeto perdido, Bauman [3] deja la palabra a dos expertos contemporáneos, quienes aconsejan respecto de las elecciones amorosas.

“Un consejero experto informa a los lectores que “al comprometerse, por más que sea a medias, usted debe recordar que tal vez esté cerrándole la puerta a otras posibilidades amorosas que podrían ser más satisfactorias y gratificantes”. Otro experto es aún más directo: “Las promesas de compromiso a largo plazo no tienen sentido… Al igual que otras inversiones, primero rinden y luego declinan”. Y entonces, si usted quiere “relacionarse” será mejor que se mantenga a distancia; si quiere que su relación sea plena, no se comprometa ni exija compromiso. Mantenga todas sus puertas abiertas permanentemente.”[4]

Las relaciones promovidas por tales expertos son cortoplacistas para asegurar que la inversión sea redituable, el largo plazo es considerado anti-económico –podríamos decir: desaconsejado por perecedero, ya que las relaciones efímeras, y a repetición, ofrecen la ilusión de que el tiempo no transcurre: la promoción del instante congela la duración y anula lo perecedero.

Veamos hasta qué punto el “enlace afectivo a un objeto” del que se extrae la identificación puede variar sus vestiduras según las épocas:

“Un hombre de 28 años, entrevistado en relación con la creciente popularidad de las citas por Internet, señaló una ventaja decisiva de la relación electrónica: “uno siempre puede oprimir la tecla ‘delete’[5]

Al par que las relaciones entre hombres y mujeres se realizan en “red”, en este juego de lenguaje se reemplaza el encuentro de los cuerpos por la conexión virtual, hasta que las garantías estén dadas para identificar del modo más inequívoco al partenaire(lo que no ocurre en todos los casos).Sólo entonces se correría el riesgo del encuentro, luego de minorizar con la mediación de la computadora y sus gadgetsadicionales (chateo para levantar el perfil del candidato, cámara webpara asegurarse del valor de la imagen corporal) el impacto que la contingencia ofrece a lo inesperado, a lo ignorado. Con un saber tecnológico se sutura la contingencia, renegando de la castración: se supone, antes de efectivizar el encuentro, que se sabe quién es el otro, qué quiere el Otro. Se buscan garantías para el encuentro, adecuación para el perfil que satisfaga a cada individuo: identificaral partenaire. Pero como acertadamente lo indica Bauman:

“La facilidad que ofrecen el descompromiso y la ruptura a voluntad no reducen los riesgos, sino que tan sólo los distribuyen, junto con las angustias que generan, de manera diferente.”

Los psicoanalistas diremos que lo angustiante continúa allí, esperando la ocasión de hacer saber lo que no marcha entre hombres y mujeres.  Si el paradigma de las nuevas relaciones son las conexiones en red, las identificaciones que ellas patrocinan no responden menos a otro gadget: la televisión.

Es la televisión que mira en nuestros hogares forzando la puerta de la realidad para disfrazar cada vez más lo que espanta. Ella induce en los individuos identificaciones a rasgos, a formas de vida a los que adherirse: con sólo mirarlos les impone la uniformidad de un modo de gozar.

Tal vez no se ha puesto el debido énfasis en que los hijos de la televisión –y esto va más allá de los países, inclusive hasta más allá de las diversidades culturales– no toman tanto de los padres, como otrora, los rasgos de identificación, sino que muchas veces los adquieren de personajes de la televisión, a partir –por ejemplo– de modos de hablar que, habitualmente, nada tienen que ver con la lengua materna de cada ciudad: responden al monolingüismo de la globalización. Uno los escucha: los niños hablan (es decir, gozan del lenguaje) según el castellano neutro de eso que los mira todo el día –y que ellos no quieren dejar bajo ningún concepto– que es la televisión. Los llamaremos los tele-adictos, que se desplaza a los serie-adictos (Netflix a la cabeza).

Una niña, de aproximadamente tres años, participó de un programa infantil en el cuál los niños tienen un papel protagónico desenvolviéndose en temas de adultos. Para esa niña, sería aquél el momento soñado: el encuentro con sus ídolos televisivos, (una pareja joven, protagonistas de una telenovela con buen rating); pero ocurrió algo inesperado. Al aparecer la niña –sentada en un confortable sillón en el centro del settelevisivo– los desconoció, señalándoles con una mano que se fueran, sin siquiera mirarlos. Imagínense el desaire producido a esos ídolos de barro por el simple berrinche de una niña.La conclusión –tan obvia como sorprendente para el conductor, los presentes en el estudio y la audiencia televisiva– fue que para esa niña no se trataba de eso: a pesar de lo que había pedido, ella no los quería allí.

¿Qué había pasado? No lo sabemos, sólo podemos deducirlo: la presencia del Ideal en la realidad del estudio –esa pareja que encarnaba un objeto de identificación–, habría desajustado la imagen fijada que hacía gozar a dicha niña frente a la pantalla de la TV. Se desprende que la satisfacción obtenida en la primera escena no era trasladable a la otra: la realidad ofrecida en el espacio del settelevisivo se hallaba desajustada respecto de lo real del goce de la mirada obtenido en el espacio hogareño. Por ende, la identificación, bruscamente, también vaciló. [6]

Volviendo al estudio, la situación se puso aún más tensa: confrontada por el conductor con su inesperada respuesta y ante su insistencia para que los reconociera como eso que quería y que –además– había pedido especialmente, ella les dijo lo siguiente:

“Voy a apagar el televisor, voy a desenchufar el cable, y ¡¡¡ustedes no me van a ver más….!!!”. [7]

Se evidencia con claridad algo que parecería oscuro al formularlo teóricamente: es la televisión la que mira al “espectador”.  

Este caso[8] en comparación con otros en los que se emplean drogas duras, por ejemplo– constituye un paradigma de nuestra hipótesis de base, con la que intentamos caracterizar un modo de gozar contemporáneo: los hijos tele-adictos son consumidos por la máquina omnivoyeur, son devorados por su mirada.

¿Individuos hiper-modernos de la toxicomanía generalizada? ¿Nuevos adictos?

En este punto podemos interrogar: Somos todos adictos? ¿Qué hace cada uno con lo que consume?, ¿se presta o no a ser consumido por los gadgets—entre ellos, por ejemplo— por la máquina omni-voyeurde gozar, esa que produce tele-adictos entre hombres y mujeres?

Es evidente que también la clínica psicoanalítica registra estos desplazamientos, los que se presentan en muchas oportunidades de un modo dramático: los efectos en la subjetividad que afectan a los ciudadanos conmueven al psicoanalista y le plantean nuevos problemas. Los casos que llegan al consultorio no tienen ya la <pureza clínica> de un siglo atrás. Las obsesiones ya no son el compendio de rituales sistematizados descritos por Sigmund Freud en el inicio de su investigación, ni las histerias esos casos “puros” que culminaban en ataques y conversiones, pero finalmente dóciles a la interpretación. Hoy, las drogas y los trastornos alimentarios se mezclan con las estructuras clínicas y dificultan no sólo el diagnóstico diferencial sino que cuestionan la eficacia de la práctica analítica.

Éste es el marco actual en el que hombres y mujeres tienen que vérselas para encontrar un lugar en el mundo. La así llamada <hiper-modernidad> oficia de marco para que hombres y mujeres confluyan en el mercado del consumo, siempre dispuestos a dar batalla en asuntos de amor, deseo y goce.

Mientras la televisión es omni-voyeury sus hijos tele-gozan, ¿ha llegado el tiempo de los nuevos adictos?Este caso también permite ilustrar, a través de la máquina de tele-gozar, la pulverización de los nombres del padre y uno de sus efectos: la “globalización” de las identificaciones en su labilidad efímera (tanto como lo es la durabilidad de los ídolos de barro que consume la TV); pero también su envés, la oscura persistencia de su entramado libidinal (es el goce de la mirada que consume al individuo, televidente).

Mientras el espectáculo del mercado exhibe lo que ha producido, se transforman las relaciones en conexiones y lo perecedero adviene efímero e instantáneo.

Allí donde el Padre ya no asegura sólidas identificaciones que anuden su cuerpo al nombre, el empuje a lo efímero que propicia el mercado de consumo ofrece una variedad de identificaciones prêt a porter. Ellas sustituyen la indeleble marca de la castración por marcas en el cuerpo a fuerza de drogas a la medida del consumo [9], por tatuajes y piercingsdiseminados en la superficie del cuerpo; lo que el nombre del padre no marcó con el lenguaje, retorna desde la intimidad del sujeto con drogas e insignias diseñadas por la industria que se adhieren al cuerpo evidenciando la cara de mortificación de toda identificación.

Es en esta vía que podemos indicar la existencia de un nuevo tipo de identificaciones que acompañan en nuestra época a la pulverización del nombre del padre. Por ello, parafraseando a Zygmunt Bauman, diremos que las identificaciones líquidas [10] son la contrapartida de las adicciones, sólidas; o –también– que la solidez de la mortificación que las adicciones condensan, no va sin la fragilidad simbólica de las identificaciones en el tiempo en el que la tecno-ciencia oficia para el mercado de consumo negando lo perecedero.

Se comprueba hasta qué punto la máquina de tele-gozar se ha metido en los hogares: los talk showsy los reality-showsdan la medida exacta de la función omnivoyeurde la “tele”. En ellos se muestran seres perfectamente anónimos, tan ‘normales’ como cualquier espectador que sólo sueña con estar ahí, del otro lado de la pantalla, siendo mirado por todos –mientras desconoce que con sólo ver eso ya es mirado del mismo modo que ellos; individuos hiper-normales mirados en su intimidad, mientras hacen de todo lo que saben hacer: es decir, una normalidad repleta de nada. Nada utilizada además, en el lenguaje común de los adolescentes y de los no tanto. En la clínica, se presentan casos, tal vez paradigmáticos de la época, que muestran la fragilidad desplazadas a identificaciones líquidas que acompañan la caída hipermoderna del padre. A ellas corresponden, y cada vez más, adicciones sólidas.


NOTAS

  1. Sinatra, E.: ¿Todo sobre las drogas? Grama Ediciones; Bs. As. 2010: la base de este artículo ha sido extraída de este texto (especialmente: págs. 167/171).
  2. Bauman, Zygmunt: Amor líquido –acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, FCE, pg. 9. Este texto constituye la referencia central de las presentes elaboraciones
  3. equivocó aquí Zygmunt(Bauman) con Sigmund (Freud)
  4. Ibíd, pg. 11
  5. Ibíd, pg.13
  6. Más adelante podremos decir: se licuó (ref. identificaciones líquidas)
  7. Otra cuestión es: cuál sería el enchufe –y dónde estaría–, aquél que permitiera al individuo sustraerse de la mirada del Otro; ya que como es sabido con los niños, especialmente, con intentar sustraerlos del televisor no alcanza
  8. dicho así para estar más a tono con cierto sector del mercado que promueve una ‘cultura’ light
  9. Kiko Veneno, cantante de rock español, canta en uno de sus temas: “yo solo quiero enchufarme en tus venas”
  10. Concepto acuñado en ocasión de las XV JORNADAS ANUALES de la EOL, 2 de diciembre 2006 en el trabajo intitulado: Las Identificaciones Líquidas –variaciones pos-modernas del amor–

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